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Batallar contra el tabaquismo
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Batallar contra el tabaquismo
El autor lamenta que el España no potencie el empleo de productos alternativos al tabaco que no solo generan unas tasas de abandono del tabaquismo exitosas sino que reducen ampliamente el daño causado
Hace unos días, la Organización Mundial de la Salud presentó su Informe sobre el Estado Global de la Epidemia del Tabaco. Desde la Plataforma para la Reducción del Daño por Tabaquismo, de la que soy portavoz, compartimos el compromiso de la OMS de erradicar el tabaquismo en nuestras sociedades, para lo que tenemos que seguir apostando e insistiendo en la cesación y la prevención. Pero creemos que hay que ir más allá e introducir políticas de reducción de daños para ayudar a aquellos colectivos en los que el resto de medidas ha fracasado, más de 1.000 millones de personas en todo el mundo. No pedimos nada extraño, los gobiernos de Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda o Islandia ya están haciéndolo, y con unos resultados más que satisfactorios.
El informe de la OMS recalca el creciente debate que ha surgido en torno a estos productos (cigarrillos electrónicos, tabaco calentado y otros similares como snus) y la necesidad de realizar más estudios para contar con más datos sobre su impacto en la salud de los fumadores, ya que no son productos exentos de riesgo. Quiero reseñar que, pese a su cautela, la OMS reconoce el potencial de estas herramientas para ayudar a abandonar el tabaquismo a nivel individual, en especial combinado con otras terapias conductuales.
Hoy en día, en España fuma el 34% de la población. Unos datos nada alentadores, pues son incluso algo superiores a los de 2005. Es decir, que pese al esfuerzo hecho por todos y a la implantación de la conocida como Ley Antitabaco, en 15 años no se ha reducido el porcentaje de españoles víctimas del tabaquismo. Efectivamente, los fumadores son víctimas de una enfermedad adictiva, crónica y recurrente. Una enfermedad que es la principal causa de mortalidad prematura y evitable en los países desarrollados. Para ser conscientes de sus efectos, debemos reseñar que en España el tabaco mata a 55.000 personas al año. 137 muertos al día. Seis vidas que desaparecen cada hora.
La cuestión es sencilla: ¿qué hacemos con esos dos millones de fumadores españoles que no consiguen dejar de fumar tras múltiples intentos? Y la respuesta también es clara: dotarles de nuevas alternativas reales, contrastadas científicamente, y hacerlo cuanto antes. Tenemos ante nosotros la oportunidad de ampliar el catálogo de herramientas para ayudar a la gente a dejar de fumar, como ya están haciendo otros países con excelentes resultados. ¿Por qué cerrar las puertas a instrumentos que, como demuestran las evidencias, funcionan?
Pese a que el informe de la OMS apunta a que no existe evidencia científica "suficiente" para avalar el uso de estas herramientas en la lucha contra el tabaquismo, desde la Plataforma insistimos: hay más de 40 estudios científicos independientes que demuestran que el uso de dichas herramientas reduce sensiblemente el daño. Entre ellos cabe destacar los elaborados por el Ministerio de Sanidad británico, el Royal College of Physicians y Cancer Research UK, que concluyen que estos productos son hasta un 95% menos nocivos que el tabaco tradicional tras realizar meta-análisis de las evidencias científicas disponibles a este respecto. Otro ejemplo más: el prestigioso New England Journal of Medicine publicó en enero un estudio que confirma que los cigarrillos electrónicos duplican la eficacia de los productos de reemplazo de nicotina farmacéuticos [18% vs. 9,9%].
Y además de las evidencias científicas, están las sanitarias. Un ejemplo: el sistema público de salud de Reino Unido ya apuesta por la reducción del daño en sus políticas contra el tabaquismo. De hecho, desde la incorporación de estas herramientas a la estrategia, el Reino Unido ha conseguido reducir la prevalencia tabáquica entre sus ciudadanos hasta su mínimo histórico, descendiendo del 33% al 14,4% en sólo 10 años. Es más, hace unas semanas el Gobierno británico presentó un proyecto para conseguir erradicar el tabaquismo del país en 2030, un ambicioso objetivo para el que, como se explica en el documento, resulta clave el uso de las herramientas de reducción de daño.
Por su parte, el Gobierno de Nueva Zelanda, en el marco de su estrategia Smokefree2025, ha incluido las herramientas de reducción del daño en su estrategia contra el tabaquismo. De hecho, el Ministerio de Sanidad reconoce su potencial a la hora de eliminar el tabaquismo del país y, a través de la web VapingFacts, creada ad hoc por el Ministerio, anima a los más de 550.000 fumadores neozelandeses a usar estos productos como una herramienta más para lograr abandonar el tabaco.
En España, en cambio, lejos de abordar el problema de la prevalencia tabáquica en la sociedad de forma integral, las autoridades apuntan hacia medidas que limitan las herramientas que pueden ayudar a millones de fumadores a dejar de fumar e implican un estancamiento en las políticas antitabaco.
España no es el Reino Unido. Pero de todas las buenas prácticas se puede y se debe aprender. España debe apostar por la introducción de medidas de reducción del daño como un complemento en la lucha contra el tabaquismo, una tercera vía que refuerce la aplicación de las existentes medidas de prevención (principalmente) y cesación (como la financiación pública de fármacos para la cesación). Mientras parte de la población no pueda abandonar el tabaco por sí mismo ni con ayuda farmacológica, ¿por qué negarle la posibilidad de reducir el daño para su salud? El Gobierno desoye el potencial de estas nuevas herramientas para acabar con el problema y reducir ese inaceptable 34% de prevalencia tabáquica.
En mi día a día como cirujano oncológico veo en mis pacientes una realidad: muchos no consiguen dejar de fumar pese a probar distintas terapias. Si existen herramientas que reducen hasta un 95% el daño y generan unas tasas de abandono del tabaquismo exitosas, ¿por qué no utilizarlas? España debería estar liderando la batalla contra el tabaquismo a la altura de otros gobiernos como el británico; pero, lamentablemente, está perdiendo una gran oportunidad y se está quedando atrás.
Fernando Fernández Bueno es cirujano oncológico en el hospital Gómez Ulla y portavoz de la plataforma para la Reducción del daño por tabaquismo.
Hace unos días, la Organización Mundial de la Salud presentó su Informe sobre el Estado Global de la Epidemia del Tabaco. Desde la Plataforma para la Reducción del Daño por Tabaquismo, de la que soy portavoz, compartimos el compromiso de la OMS de erradicar el tabaquismo en nuestras sociedades, para lo que tenemos que seguir apostando e insistiendo en la cesación y la prevención. Pero creemos que hay que ir más allá e introducir políticas de reducción de daños para ayudar a aquellos colectivos en los que el resto de medidas ha fracasado, más de 1.000 millones de personas en todo el mundo. No pedimos nada extraño, los gobiernos de Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda o Islandia ya están haciéndolo, y con unos resultados más que satisfactorios.
El informe de la OMS recalca el creciente debate que ha surgido en torno a estos productos (cigarrillos electrónicos, tabaco calentado y otros similares como snus) y la necesidad de realizar más estudios para contar con más datos sobre su impacto en la salud de los fumadores, ya que no son productos exentos de riesgo. Quiero reseñar que, pese a su cautela, la OMS reconoce el potencial de estas herramientas para ayudar a abandonar el tabaquismo a nivel individual, en especial combinado con otras terapias conductuales.
Hoy en día, en España fuma el 34% de la población. Unos datos nada alentadores, pues son incluso algo superiores a los de 2005. Es decir, que pese al esfuerzo hecho por todos y a la implantación de la conocida como Ley Antitabaco, en 15 años no se ha reducido el porcentaje de españoles víctimas del tabaquismo. Efectivamente, los fumadores son víctimas de una enfermedad adictiva, crónica y recurrente. Una enfermedad que es la principal causa de mortalidad prematura y evitable en los países desarrollados. Para ser conscientes de sus efectos, debemos reseñar que en España el tabaco mata a 55.000 personas al año. 137 muertos al día. Seis vidas que desaparecen cada hora.
La cuestión es sencilla: ¿qué hacemos con esos dos millones de fumadores españoles que no consiguen dejar de fumar tras múltiples intentos? Y la respuesta también es clara: dotarles de nuevas alternativas reales, contrastadas científicamente, y hacerlo cuanto antes. Tenemos ante nosotros la oportunidad de ampliar el catálogo de herramientas para ayudar a la gente a dejar de fumar, como ya están haciendo otros países con excelentes resultados. ¿Por qué cerrar las puertas a instrumentos que, como demuestran las evidencias, funcionan?
Pese a que el informe de la OMS apunta a que no existe evidencia científica "suficiente" para avalar el uso de estas herramientas en la lucha contra el tabaquismo, desde la Plataforma insistimos: hay más de 40 estudios científicos independientes que demuestran que el uso de dichas herramientas reduce sensiblemente el daño. Entre ellos cabe destacar los elaborados por el Ministerio de Sanidad británico, el Royal College of Physicians y Cancer Research UK, que concluyen que estos productos son hasta un 95% menos nocivos que el tabaco tradicional tras realizar meta-análisis de las evidencias científicas disponibles a este respecto. Otro ejemplo más: el prestigioso New England Journal of Medicine publicó en enero un estudio que confirma que los cigarrillos electrónicos duplican la eficacia de los productos de reemplazo de nicotina farmacéuticos [18% vs. 9,9%].
Y además de las evidencias científicas, están las sanitarias. Un ejemplo: el sistema público de salud de Reino Unido ya apuesta por la reducción del daño en sus políticas contra el tabaquismo. De hecho, desde la incorporación de estas herramientas a la estrategia, el Reino Unido ha conseguido reducir la prevalencia tabáquica entre sus ciudadanos hasta su mínimo histórico, descendiendo del 33% al 14,4% en sólo 10 años. Es más, hace unas semanas el Gobierno británico presentó un proyecto para conseguir erradicar el tabaquismo del país en 2030, un ambicioso objetivo para el que, como se explica en el documento, resulta clave el uso de las herramientas de reducción de daño.
Por su parte, el Gobierno de Nueva Zelanda, en el marco de su estrategia Smokefree2025, ha incluido las herramientas de reducción del daño en su estrategia contra el tabaquismo. De hecho, el Ministerio de Sanidad reconoce su potencial a la hora de eliminar el tabaquismo del país y, a través de la web VapingFacts, creada ad hoc por el Ministerio, anima a los más de 550.000 fumadores neozelandeses a usar estos productos como una herramienta más para lograr abandonar el tabaco.
En España, en cambio, lejos de abordar el problema de la prevalencia tabáquica en la sociedad de forma integral, las autoridades apuntan hacia medidas que limitan las herramientas que pueden ayudar a millones de fumadores a dejar de fumar e implican un estancamiento en las políticas antitabaco.
España no es el Reino Unido. Pero de todas las buenas prácticas se puede y se debe aprender. España debe apostar por la introducción de medidas de reducción del daño como un complemento en la lucha contra el tabaquismo, una tercera vía que refuerce la aplicación de las existentes medidas de prevención (principalmente) y cesación (como la financiación pública de fármacos para la cesación). Mientras parte de la población no pueda abandonar el tabaco por sí mismo ni con ayuda farmacológica, ¿por qué negarle la posibilidad de reducir el daño para su salud? El Gobierno desoye el potencial de estas nuevas herramientas para acabar con el problema y reducir ese inaceptable 34% de prevalencia tabáquica.
En mi día a día como cirujano oncológico veo en mis pacientes una realidad: muchos no consiguen dejar de fumar pese a probar distintas terapias. Si existen herramientas que reducen hasta un 95% el daño y generan unas tasas de abandono del tabaquismo exitosas, ¿por qué no utilizarlas? España debería estar liderando la batalla contra el tabaquismo a la altura de otros gobiernos como el británico; pero, lamentablemente, está perdiendo una gran oportunidad y se está quedando atrás.
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